Antes de la muerte de Ignasi mi vida, de alguna manera, la manejaba mi mente. De ella surgían creencias y verdades que yo creía mías, que creía que eran yo, incapaz como era de separarme de la razón. Con la razón me manejaba bien, me ha sido muy útil hasta que murió Ignasi. Por decirlo de alguna manera, la teoría la tenía aprobada, pero de la parte práctica de la vida no sabía casi nada. Ni en las escuelas, ni en las universidades nos enseñan lo esencial: a vivir. Aprendemos solos, cayendo y levantándonos. En una palabra, experimentando.
Para el curso práctico y acelerado de supervivencia que supone la muerte de un hijo, la razón hay que dejarla aparte. No es posible entender lo que nos pasa con la razón. La herramienta más útil ahora es el sentimiento: “tal cosa me hace sentir bien, la incorporo, tal cosa no me ayuda, la dejo”, independientemente de “mis” creencias, de lo que pensaba antes, de lo que creían mis padres, de lo que en principio nos dicen que está bien o mal…
Para la parte práctica la mente sin control es un estorbo; siente su poder amenazado, está asustada, va acelerada y nos inunda de pensamientos asfixiantes que hundirían la moral de un santo. Primer paso: reconocer que nosotros no somos lo que pensamos, no somos nuestra mente y, por tanto, podemos controlarla, reprogramarla para que juegue a nuestro favor, en vez de en contra. Por ejemplo, al despertar nos cae el mundo encima y nuestros primeros pensamientos son terroríficos. Es normal, pero no nos hace ningún bien, al contrario, inunda nuestro torrente sanguíneo de hormonas que provocan más angustia y desesperación. Para empezar a reprogramar la mente hay que ser conscientes de nuestros pensamientos y contraatacar: ante un pensamiento negativo inconsciente hay que responder con un pensamiento positivo consciente. Cuando yo abría los ojos, el primer pensamiento inconsciente era del tipo: “no voy a poder levantarme, otro día desgarrador por delante, etc”. Tomando conciencia y sobreponiéndome, contrarrestaba diciéndome a mi misma: “poco a poco me iré levantando, el agua caliente de la ducha me reconfortará, hoy pasará algo bonito por pequeño que sea…” Así, con calzador, hay que ir introduciendo los pensamientos positivos hasta que pasen a ser un hábito. A mi el yoga y la meditación me han ayudado a controlar la mente, pero mi marido, por ejemplo, lo consigue pintando y otros arreglando motores o escuchando música…
Hay que conseguir estar presentes el máximo tiempo posible. Eso quiere decir notar la calidez del agua y la suavidad del jabón cuando nos duchamos, en vez de estar preparando mentalmente una reunión o recordando esa desagradable conversación que tuvimos ayer; fregar los platos con los cinco sentidos puestos en lo que hacemos, en vez de hacerlo de forma mecánica, con desgana y la mente en otro lado. Así con todo. De esa forma no solo no nos desgastamos tanto, sino que modificamos la química de nuestro organismo y creamos un estado de ánimo más favorable. Unos días conseguiremos estar más presntes y otros menos, pero nuestra atención, independientemente de los resultados, ha de estar puesta en eso. No estoy hablando de soluciones rápidas ni milagrosas, aprender a vivir lleva su tiempo y requiere un esfuerzo. Bueno, tenemos toda una vida por delante.
martes, 5 de enero de 2010
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magnifica reflexion, no dejes de escribir en este blog merce,no te imaginas cuanto ayudas a las personas que hemos perdido un hijo, yo tambien tengo esos pensamientos negativos al levantarme, me levanto con desgana, me levanto porque tengo que hacerlo, obligado a encarar un nuevo día monotono y recordando continuamente a mi hijo, imaginandome lo que hubiera estado haciendo con él o donde estariamos ahora, tengo que aguantar el martirio personal que conlleva el ver crecer a sus amigitos, año a año, y cuando pasen unos cuantos me imaginaré como sería mi hijo, en fin, yo todavía vivo lleno de oscuridad y niebla, no veo la luz, no la veo por ningun lado, tambien es cierto que no hago grandes esfuerzos por buscarla, pero es que para mí ahora mismo no hay luz que valga, solo quiero ver a mi hijo y abrazarle de nuevo, sé que algun día lo haré, eso espero y eso creo firmemente, hasta entonces seguiré viviendo lo mejor posible, mejor dicho, sobreviviendo.
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