martes, 31 de agosto de 2010

LA MUERTE NO EXISTE

Hoy he recibido por mail el extracto de una conferencia que impartió la Dra. Elisabeth Kübler-Ross hace años. Las palabras de esta extraordinaria mujer consiguen llegar directamente a mi alma, siempre. Es por eso que me hace ilusión compartirlas con los lectores de este blog.


...Después de haber trabajado con moribundos durante muchos años y tras haber aprendido al lado de ellos lo que es esencial en la vida, ya que hablan de sus arrepentimientos, de sus disgustos, justo antes de morir, cuando todo parece demasiado tarde, comencé a reflexionar sobre que es la muerte.

En mis cursos, el testimonio ofrecido por la señora Schwarz fue el primero que conocimos de una experiencia extracorporal experimentada por alguno de nuestros enfermos. Actualmente, en 1977 ya disponemos de centenares de testimonios parecidos, redactados en California, en Australia o en otros lugares. Todos tienen un denominador común, y es que las personas en cuestión abandonaron su cuerpo físico con toda conciencia. Esta muerte, de la que los científicos quieren convencernos, no existe en realidad. La muerte no es mas que el abandono del cuerpo físico, de la misma manera
que la mariposa deja su capullo de seda. La muerte es el paso a un nuevo estado de conciencia en el que se continua experimentando, viendo, oyendo, comprendiendo, siendo, y en el que se tiene la posibilidad de continuar creciendo. La única cosa que
perdemos en esta transformación es nuestro cuerpo físico, pues ya no lo necesitamos. Es como si se acercase la primavera, guardamos nuestro abrigo de invierno sabiendo que
ya esta demasiado usado y no nos lo pondremos de todas maneras. La muerte no es otra cosa.

Ninguno de mis enfermos que haya vivido una experiencia del umbral de la muerte, ha tenido a continuación miedo a morir, y quisiera subrayarlo, ¡ni siquiera uno solo de ellos!

Muchos de estos enfermos nos han contado también que, además de la paz, de la calma y de la certeza de percibir sin ser percibidos, habían tenido la impresión de integridad física; por ejemplo, alguien que había perdido una pierna a consecuencia de un accidente de automóvil, la vio separada, en el suelo, y a la vez tuvo la impresión de conservar las dos piernas después de haber abandonado su cuerpo.

Una de nuestras enfermas se volvió ciega a consecuencia de una explosión en un laboratorio. Inmediatamente después se encontró en el exterior de su cuerpo pudiendo
ver de nuevo. Miraba las consecuencias de este accidente y describió más tarde lo que ocurría cuando la gente llegaba al lugar. Cuando los médicos consiguieron hacerla
volver a la vida, se había quedado completamente ciega. Esta es la explicación de por que muchos de los moribundos luchan contra nuestras tentativas de volverlos a la vida,
cuando ellos se encuentran en un lugar mucho mas maravilloso, mas bello y más perfecto.

A propósito, los momentos que me han parecido mas impresionantes han sido
los que se relacionan con mi trabajo con niños moribundos. No hace mucho tiempo que me vengo dedicando a este aspecto de mis tareas. Actualmente casi todos mis enfermos son niños. Yo los llevo a sus casas para que puedan morir. Preparo a sus padres, a sus
hermanos y hermanas. Los niños temen estar solos en el momento de la muerte, tienen
miedo de que no haya nadie junto a ellos. En el acontecimiento espiritual del pasaje no
se esta solo, como tampoco estamos solos en la vida cotidiana, pero esto no lo sabemos. Por tanto, en el momento de la transformación, nuestros guías espirituales, nuestros ángeles de la guarda y los seres queridos que se fueron antes que nosotros, estarán cerca de nosotros y nos ayudaran. Esto nos ha sido confirmado siempre, así que ya no dudamos nunca de este hecho. ¡Notad bien que hago esta afirmación como hecho científico! Siempre hay alguien para ayudarnos cuando nos transformamos.

Generalmente son los padres o madres que nos han “precedido”, los abuelos o abuelas o incluso un niño que haya partido antes que nosotros, y frecuentemente llegamos incluso a encontrar a personas que ignorábamos estuviesen ya del “otro lado”...

Tenemos el caso de una chiquilla de doce años que no quería hablar con su
madre de su experiencia maravillosa, puesto que ninguna madre quiere oír que uno de
sus hijos se haya sentido mejor en otro lugar que no sea su casa, y esto es comprensible.

La experiencia de la niña era tan extraordinaria que tuvo la necesidad de contársela a alguien y entonces le confío a su padre lo que había vivido en el momento de su
“muerte”. Fueron acontecimientos tan maravillosos que no quería volver. Independientemente del esplendor magnifico y de la luminosidad extraordinaria que han sido descritos por la mayoría de los sobrevivientes, lo que este caso tiene de particular es que su hermano estaba a su lado y la había abrazado con amor y ternura.

Después de haber contado todo esto a su padre añadió: “Lo único que no comprendo de todo esto es que en realidad yo no tengo un hermano”. Su padre se puso a llorar y le contó que, en efecto, ella había tenido un hermano del que nadie le había hablado hasta ahora, que había muerto tres meses antes de su nacimiento.

¿Comprendéis por que os cito un ejemplo como este? Porque mucha gente tiene tendencia a decir: “Claro, no se había muerto aun y en el momento de la muerte, naturalmente, se piensa en los que se ama y se los imagina uno físicamente”.

Pero esta niña de doce años no había podido representarse a su hermano.

Yo siempre pregunto a todos mis niños moribundos a quien desearían ver, a quien les gustaría tener cerca de ellos. Claro está que mi pregunta se refiere siempre a una presencia terrestre (muchos de mis enfermos no son creyentes y yo no podría hablar con ellos de una presencia después de la muerte. Se sobreentiende que no impongo a nadie mis convicciones). Les pregunto pues a mis niños a quien les gustaría tener cerca
si tuvieran que elegir a una persona. El noventa por ciento se deciden por “mama” o
“papa". Con los niños negros es diferente, ellos prefieren a menudo a una de sus tías o abuelas, pues las ven mas frecuentemente y las quieren mas. Aquí solo se trata de diferencias culturales. Ninguno de los niños que optaron por “papa” o “mama” contó, tras una de estas experiencias del umbral de la muerte, haber visto a ninguno de sus padres, a menos que uno de ellos hubiese muerto antes.

Mucha gente podría decir otra vez: “Se trata de una proyección del pensamiento engendrada por un deseo. Como los que mueren están solos, se sienten abandonados y tienen miedo, es por eso que imaginan a alguien a quien amar”. Si esta afirmación fuera cierta, el noventa y nueve por ciento de mis niños de cinco, seis o siete años deberían Ver a su padre o a su madre. Hemos consignado los casos a lo largo de los años, y ninguno de ellos ha dicho, en el caso de su muerte aparente, que había visto a su padre o a su madre, puesto que éstos vivían aun.



Sobre la cuestión de saber a quien se ve en una muerte aparente, dos condiciones
se manifiestan con un denominador común: primera, que la persona percibida debía de haber “partido” antes, aunque solo fuera unos minutos antes y segunda, que debía de haber existido un lazo de amor real entre ellos.

Pero aun no os he contado el caso de la señora Schwarz. Murió dos semanas después de que su hijo terminara la escuela. Yo la hubiera olvidado sin duda como una mas de mis numerosos pacientes si ella no hubiera regresado y me hubiese visitado.

Aproximadamente diez meses después de su entierro yo estaba furiosa, una vez mas. Mi seminario sobre el morir y la muerte estaba a punto de hacer agua. Debía renunciar a la colaboración del pastor con el que trabajaba y al que quería mucho. Mientras, el nuevo pastor buscaba influir en el publico recurriendo a los medios de comunicación. Estabamos pues obligados a hablar cada semana de las mismas cosas, pues mi seminario entretanto se había convertido en un acontecimiento. Yo no tenia ningunas ganas de continuar participando. Sentía la situación como una especie de tentativa de querer prolongar una vida que no vale la pena de ser vivida. Yo no podía ser yo misma. No veía otra salida para alejarme de ese trabajo que la de dejar la universidad. La decisión era difícil pues amaba mi trabajo, pero no llevado a cabo de esa manera. Tome a mi pesar esta decisión: “Abandonaré la universidad hoy mismo, presentare mi dimisión al final del seminario sobre el morir y la muerte”.

Después de cada seminario el pastor y yo tomábamos a la vez el ascensor y terminábamos nuestra discusión sobre el trabajo cuando uno de los dos se detenía. El problema de este pastor es que oía mal, lo que lo complicaba todo. Entre la sala de conferencias y los ascensores le dije tres veces que debía volver a los cursos, pero no me escuchaba y continuaba hablando de otra cosa. Yo estaba al borde de la desesperación, y cuando me desespero me vuelvo muy activa. Antes de que el ascensor se detuviese lo cogí por el cuello, aunque el era gigantesco, y le dije: “Quédese ahí. He tomado una decisión muy importante de la que quisiera informarle”.

En ese momento apareció una mujer delante del ascensor. Sin querer, yo 1a miraba fijamente. No puedo describirla, pero os podéis imaginar cómo se siente uno cuando se encuentra con alguien quien se conoce mucho y de pronto no se sabe quien es. Le dije entonces al pastor: “Dios mío, ¿quien es? Yo conozco a esa mujer, me mira y espera que usted tome el ascensor para acercarse a mí”.
Estaba tan preocupada por la visión de esa mujer que se me había olvidado por completo que seguía asiendo al pastor por el cuello. Con esa aparición mi proyecto fue desbaratado.

La mujer era muy transparente, pero no tanto como para poder ver a través de
ella. Le pregunté una vez mas al pastor si la conocía, pero no me respondió. No insistí y
lo ultimo que le dije fue más o menos esto: “¡Vaya! Iré a verla y le diré que por el momento no recuerdo su nombre”. Estas fueron mis ultimas palabras antes de que él partiera.

Desde el momento en que subió al ascensor la mujer se acerco a mi y me dijo:

“Doctora Ross, yo debía volver. ¿Me permite que la acompañe a su despacho? No abusare de su tiempo”. Dijo algo mas o menos parecido, y como aparentemente sabía donde estaba mi despacho y conocía mi nombre me sentí aliviada al no tener que
admitir que yo no recordaba el suyo. Sin embargo, fue el camino mas largo de mi vida. Yo soy psiquiatra y trabajo desde hace mucho tiempo con enfermos esquizofrénicos a
los que quiero mucho. Cuando me cuentan alucinaciones visuales les contesto siempre:

“Si, ya lo se, ves una virgen en la pared pero yo no puedo verla”. Y ahora yo me digo a
mi misma: “Elizabeth, tu sabes que ves a esta mujer y, sin embargo, esto no puede ser verdad”. ¿Podéis poneros en mi lugar? Mientras caminaba desde los ascensores hasta mi despacho, me seguía preguntando si era posible lo que estaba viendo, me decía a mi
misma: Estoy demasiado cansada y necesito vacaciones. Tengo que tocar a esta mujer para saber si está caliente o fría”. Fue el camino mas increíble que yo haya hecho nunca. Durante todo el tiempo ni siquiera sabia por qué hacia todo esto ni quien era ella.

De hecho, incluso rechace el pensamiento de que esta aparición pudiera ser la de la señora Schwarz, que había sido enterrada hacia algunos meses. Cuando juntas
alcanzamos la puerta de mi despacho, ella la abrió como si yo fuera la invitada en mi casa.

La abrió con una finura, una dulzura y un amor irresistible y dijo: “Doctora Ross, yo debía venir por dos razones. La primera, para darle las gracias a usted y al pastor G.
(se trataba del maravilloso pastor negro con el que me entendía tan bien) por todo lo que hicieron por mi, pero la verdadera razón por la que debía volver es para decirle que no
debe abandonar este trabajo sobre el morir y la muerte, por lo menos, no por ahora”.

Yo la miraba, pero no puedo ahora decir si en aquel momento pensaba realmente que la señora Schwarz estaba delante de mi, sabiendo que había sido enterrada hacia
diez meses. Además yo no creía que tales cosas fueran posibles.

Finalmente entré en mi despacho. Toque los objetos que conocía como reales. Toque mi escritorio, pase la mano por la mesa, palpe la silla. Todo estaba concretamente presente. Podréis imaginaros que todo ese tiempo yo esperaba que por aquella mujer desapareciese. Pero no desaparecía sino que me repetía insistente pero amablemente “Doctora Ross, ¿me escucha? Su trabajo no ha terminado todavía.

Nosotros la ayudaremos, sabrá cuando podrá dejarlo, pero se lo ruego, no lo interrumpa ahora. ¿Me lo promete? Su trabajo no ha hecho mas que comenzar”.

Durante ese tiempo yo pensaba: “Dios mío, nadie me creerá si cuento lo que estoy viviendo ahora, ni siquiera mis mas íntimos amigos”.

En aquella época, evidentemente, yo no me imaginaba que un ida podría hablar delante de centenares de personas. Por fin la científica que hay en mi termino sobreponiéndose y astutamente le dije: Ya sabrá usted que el pastor G. vive actualmente en Urbana, puesto que ha vuelto a una parroquia”.

Y continúe casi inmediatamente: “Seguramente estará encantado de recibir una nota suya. ¿Ve usted algún inconveniente?”. Y le pase un lápiz y una hoja de papel.

Naturalmente, no tenia ninguna intención de enviar esas líneas a mi amigo, pero necesitaba una prueba palpable, puesto que esta claro que una persona enterrada no puede escribir una carta. Esa mujer, con una sonrisa muy humana, mejor dicho, no humana, con una sonrisa llena de amor, podía leer todos mis pensamientos. Yo sabia mejor que nunca que se trataba de lectura de pensamiento. Cogió el papel y escribió varias líneas. (Naturalmente, las enmarcamos y las guardamos como un tesoro.) Después dijo, sin abrir la boca: “¿Esta usted contenta?”. Yo la miraba fijamente y pensaba:

“No podré compartir con nadie esta experiencia pero conservare esta hoja de papel”. Después, preparándose para partir me repitió: “Doctora Ross, me lo promete, ¿verdad? Yo sabia que me hablaba de la continuación de mi trabajo, y le respondí: “Sí, lo prometo”. Desapareció. Guardamos todavía sus líneas manuscritas.

Hace alrededor de un año y medio se me informo que mi trabajo relacionado con los moribundos había terminado puesto que otros podrían continuarlo y que ese trabajo
no era la verdadera vocación para la que yo había venido a la tierra. Mi trabajo sobre el morir y la muerte no seria para mí mas que una prueba para verificar si era capaz de imponerme a pesar de las dificultades, la difamación, la resistencia y muchas cosas mas. Salí bien de este examen y lo aprobé. La segunda prueba consistía en verificar si la gloria se me subiría a la cabeza, pero no se me subió, y también la pasé.

Mi tarea verdadera, y en este punto necesito vuestra ayuda, consiste en decir a
los hombres que la muerte no existe. Es importante que la humanidad lo sepa, pues nos encontramos en el umbral de un periodo muy difícil, no únicamente en América sino en todo el planeta Tierra. La falta tiene que ver con nuestra sed de destrucción, incumbe a
las armas atómicas, incumbe también a nuestra codicia, a nuestro materialismo y a nuestro comportamiento en materia de polución. Somos culpables de haber destruido muchos dones de la naturaleza y de haber perdido toda espiritualidad. Yo exagero un poco, pero seguramente no demasiado. El único modo de aportar un cambio para el advenimiento del tiempo nuevo, consiste en que la tierra comience a temblar a fin de conmovernos y tomar conciencia.

Es necesario que lo sepáis, pero no que tengáis miedo. Solo abriendoos a la espiritualidad y perdiendo el miedo llegareis a la comprensión y a revelaciones superiores. A esto podéis llegar todos.
Para ello, no es necesario dirigiros a un guía, ni tenéis la obligación de iros a la
India, ni siquiera os hace falta un curso de meditación. Es suficiente con que aprendáis
a entrar en contacto con vuestro yo, y esto no os cuesta nada. Aprended a tomar contacto con vuestro ser profundo y aprended a desembarazaros de cualquier miedo.

Una manera de no volver a tener miedo es saber que la muerte no existe y que todo lo que nos sucede en esta vida sirve para un fin positivo. Desembarazaos de vuestra negatividad, empezad a tomar la vida como un reto, como un lugar de examen para poner a prueba vuestras capacidades internas y vuestra fuerza.

La casualidad tampoco existe. Dios no es alguien que castiga y condena.

Después de haber dejado definitivamente vuestro cuerpo físico, llegareis al lugar que se designa como cielo o infierno, lo que no tiene nada que ver con el Juicio Final. Lo que hemos aprendido por nuestros amigos que se fueron, lo que aprendimos de los que volvieron, es la certeza de que cada ser, después de su pasaje, debe mirar algo que
recuerda a una pantalla de televisión, en la que se reflejan todos nuestros actos, palabras
y pensamientos terrestres.

miércoles, 4 de agosto de 2010

EL CONSUELO DE RENDIRSE A LA VIDA

Estoy en nuestra casa de Menorca y llueve. Es una lluvia persistente, de las que empapan la tierra y dejan las hojas de los árboles limpísimas, dispuestas para relucir cuando el gris amaine y aparezcan los primeros rayos de sol. Es un día propicio para desempolvar emociones, arropada como estoy por la suave cortina de agua que, con dulzura, me resguarda del mundo exterior y me da una tregua para estar conmigo misma, recogida.

Mirando por la puerta abierta de la cocina que da al patio, recuerdo nuestro primer verano silencioso, aquí en la isla. ¡Qué doloroso y agradable, al mismo tiempo, es rendirse a la vida!, sin expectativas.

Cuando uno no espera nada, es más fácil apreciar la bondad de pasear por la orilla del mar, notar como el sol reconforta el alma, sentir el sostén de la tierra al andar descalza… La naturaleza es una buena compañera en los procesos de duelo. Tiene efectos terapéuticos. Pero cuando uno está inmerso en el tiempo sin tiempo que envuelve las grandes pérdidas, todo lo que reconforta vale. A mí, impaciente y ansiosa de nacimiento -mi madre contaba que nací en menos de un minuto-, me apacigua la lentitud y el silencio. Otros necesitarán bullicio y compañía. Lo que no sirve, de eso estoy segura, es castigarnos, hacer las cosas por obligación, por el que dirán, porque siempre ha sido así, por huir de uno mismo.

Rendirse no tiene nada que ver con resignarse, con abandonarse y dejarse morir, al contrario, es el impulso que nos ayuda a volver a encender la velita de la vida. En definitiva, es dejar de pelearnos y aceptar lo bonito, creer en que todo pasa, todo, menos el amor.

martes, 3 de agosto de 2010

EL PASO DE LA VIDA A LA MUERTE

Mi suegra tiene 90 años y se está apagando, el suyo es un final largo, tamizado por la niebla del alzheimer, con esporádicos destellos de conciencia. La suya está siendo una muerte anunciada; su cuerpo envejecido pide a gritos descanso y todos los que la queremos deseamos que llegue pronto la hora de su último suspiro. Pero la muerte tiene su propio ritmo; a veces se hace de rogar y, otras, aparece sin previo aviso y arrasa con todo nuestro mundo conocido, da una vuelta completa a nuestras vidas y nos deja desnudos en medio de la nada. Así es como se sienten los padres a los que se les ha muerto un hijo: vacíos. Este suele ser el punto de partida, el inicio de una transformación lenta y profunda. Ya nada será como antes, nuestros ojos con el tiempo adquirirán otra mirada, quizá más serena, si hemos sido capaces de pasar por el tormento de las emociones alocadas, si hemos dejado salir la rabia contenida y escondida detrás de la tristeza. Hay que estar dispuestos a sentir, sin retener, sin impacientarnos, sin juzgarnos. ¡Qué difícil es sentirse morir de pena y aceptarlo con la vista puesta en volver a alcanzar la alegría! ¡Qué difícil y necesario!