Es muy doloroso ver morir a un hijo, pero poco se habla del dolor desgarrador de los abuelos. ¿A quién no le parte el alma ver sufrir desesperadamente a un hijo, sin apenas poder hacer nada? En el funeral de Ignasi mi madre desvariaba y uno de mis hermanos se la tuvo que llevar a casa. No supimos, hasta mucho después, que aquel delirio fue su primera embolia. Aquel día empezó a morir mi madre.
Había criado a sus hijos con la ilusión de que fueran felices y el golpe seco la dejó desencajada. Yo, que sé lo que es enterrar a un hijo, daría cualquier cosa por no tener que pasar por lo mismo que pasó mi madre.
Quiero morir me dijo y yo le pedí que al menos me diera dos años. Y eso es lo que hizo. A los dos años de morir Ignasi se fue ella.
jueves, 12 de febrero de 2009
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