Por mail he recibido esta carta que quiero compartir.
Paula y yo unidas por hilos invisibles e indestructibles
Ha pasado un año y medio desde aquel día que dejó una huella imborrable en mi vida. Miro hacia atrás y reconozco que he recorrido mucho camino desde el día en que Paula murió. Mucha gente me dice que admira lo fuerte que soy, que no me haya derrumbado. Yo pienso “no me han visto en mis peores momentos”, pero reconozco que he luchado ferozmente por tratar no solo de sobrevivir, sino de seguir viviendo. La verdad es que no tenía muchas más opciones. ¿Qué otra cosa podría hacer más que luchar?... Claro, podría haber escogido dejarme abatir por la tristeza, llenarme de amargura, echarme a morir. Pero tengo otro hijo que merece vivir y ser feliz. No puedo imaginarme a las personas que no tienen a nadie por quien seguir viviendo.
Creo que con el tiempo, a medida que he ido desarrollando una perspectiva diferente sobre la muerte de Paula, aunque la tristeza profunda y el dolor siempre están, su intensidad y duración se han mitigado un poco. O posiblemente ha aumentado mi capacidad para tolerar el dolor. No estuve presente cuando Paula tuvo el accidente, sin embargo las imágenes revolotean en mi mente y muchas veces en la noche me despierto porque en mi sueño la veo caer y darse el fatal golpe en la cabeza. Algunas veces me mira, sonríe y me dice: “Mira, mami, puedo volar”.
Los recuerdos de Paula son una mezcla de dolor y ternura. Pasó mucho tiempo antes de que lograra hilvanar recuerdos de eventos completos. Quizás es por ello que los recuerdos se presentan como relámpagos de luz. Aparecen y son tan intensos que me dejan sin fuerzas, envuelta en una tristeza muy profunda. Otras veces logro sonreír cuando pienso en algún episodio divertido en su vida. Es aún una sonrisa tímida, tibia. Mi risa ya no sale de mi estómago, como antes.
Mis sufrimientos son innumerables y mis dolores (en sus diferentes magnitudes) también lo son, y parecen no cesar, porque ni bien supero uno ya viene otro... como una rueda que gira sin parar: la rueda del dolor.
Y como no se detiene, caigo una y otra vez en las lamentaciones, en la autocompasión, en la depresión, en la debilidad, sin fuerzas para ver adelante, sin fuerzas para levantarme sola, pido ayuda a veces en silencio, a veces a Dios y a veces gritando! ¿Por que me pasa esto a mi? ¿Cuándo acabara tanto dolor? ¿Por que sufro tanto? y entonces... me sumo en el mar de la tristeza, me quedo sin fuerzas, sin ganas de levantarme, sin ganas de luchar, riego con mis lagrimas mis días............ sin respuestas.
Pequeños eventos pueden despertar mi dolor con una fuerza arrolladora. Si veo una foto que nunca había visto, oigo una canción de su grupo preferido, me encuentro con alguna de sus amigas, escucho su voz grabada, siento inmediatamente un dolor tan agudo como el que sentí el día de su muerte. Esos son mis peores días. No lucho. Dejo que el dolor me envuelva, porque sólo reconociéndolo, estoy aceptando que estoy viva.
No ha sido fácil seguir siendo una familia. Pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos sentarnos los tres a comer. Ver la silla vacía que una vez Paula ocupó era demasiado doloroso. No fue fácil salir los tres de vacaciones al sitio donde antes íbamos los cuatro. Cada actividad que realizamos es incompleta. Siempre está la pregunta ¿Cómo hubiera sido si Paula aún estuviera aquí?
Huyo de las celebraciones familiares. Cuando están todos los miembros de mi familia reunidos, la ausencia de Paula se me hace mucho más intolerable. Ver a sus primas creciendo, estudiando, viviendo felices sus años adolescentes, verlas convertirse en jóvenes adultas, es un puñal que se clava en mi pecho.
Una de las cosas que he aprendido es a ser más comprensiva y sensible al dolor de otras personas. Si veo a alguien mal encarado que me trata con rudeza, enseguida pienso que quizás esa persona también sufre como yo por la muerte de un hijo u otro ser querido. Sé que hay muchas personas que han pasado por experiencias iguales o más devastadoras que la mía. Mi sufrimiento es pequeño comparado con ese inmenso universo del dolor.
Poco a poco he ido reconciliándome y reconectándome con la vida. Poco a poco he vuelto a reír, a trabajar, a relacionarme con algunas personas. He dejado de relacionarme con otras. Representan la diferencia entre “antes y después”... y eso duele. He aprendido a protegerme de las situaciones o personas que me hacen daño, que me alteran, que consumen mi energía. Poco a poco he ido construyendo una nueva vida, añadiendo nuevos elementos, probando nuevas actividades para saber con cuáles me siento cómoda. Es un proceso de ensayo y error. De disciplina más que de motivación. . Busco una misión en mi vida. Siento que es importante para mí tener un objetivo, algo por lo que valga la pena levantarme en la mañana. Sé que ese algo necesita estar relacionado con Paula. Ella me guía en esta búsqueda. Necesito aprender a aquietar mi mente para poder escuchar su voz. Es solo una cuestión de tiempo. Tengo paciencia. Sé esperar.
Lo más importante para mí ha sido encontrar maneras de honrar y mantener viva la memoria de Paula. Ya que no puedo darle más nada en esta vida, trato de buscar rituales sencillos que le pueden ayudar en su nueva forma de vida y que me reconfortan. Prendo velas , en su cumpleaños y cualquier otro día en el que tengo la necesidad de hacerlo o cuando siento que Paula me lo pide. La llama de la vela representa para mí el espíritu de Paula y pienso que dondequiera que esté, Paula ve la luz de la vela y no se siente sola.
Mi relación con Paula ya no es física. Es espiritual. Pienso y siento que mientras yo más crezca espiritualmente, más cerca estaré de ella. Me gusta pensar que Paula y yo seguimos creciendo, cada una en su realidad, cada una a su manera y que mi relación con ella va evolucionando, alcanzando tonalidades diferentes y mucho más profundas.
Hago una pausa. El sol ha vuelto a salir. Me asomo al jardín y observo las flores. Decido , tomar un libro, y sentarme un rato en el jardín. Hoy en día puedo sentir satisfacción haciendo estas cosas sencillas. Paula está siempre presente en todos estos pequeños actos de mi vida cotidiana. Veo a Paula en las pinceladas de acuarela de un atardecer, en los ojos grandes y profundos de una niña, en el viento que mueve con fuerza la copa de los árboles. Nos comunicamos sin palabras. Estamos unidas por hilos invisibles e indestructibles.