Durante el duelo hay días negros, muy negros. Son días de angustia, de desgarradora locura. Días en los que lo que habíamos logrado se disuelve y se convierte en nada. El dolor es intenso y estamos agotados, profundamente agotados. Cuando yo me encontraba así, recurría a dos cosas: una, pedir ayuda “a los de arriba”, así nombro yo a los seres de luz que nos guían. Otros les llaman ángeles, insconsciente, maestro interior, fuerza superior… El nombre es lo de menos. Yo no podía con mi alma y me entregaba a ellos, les pedía energía, claridad, luz.
La otra cosa era confiar en que todo pasa. Porque todo pasa, lo terriblemente malo y lo bueno, todo pasa. Se trata de resistir hasta que la niebla se desvanece y despacio, muy despacio volvemos a la vida.
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