domingo, 21 de agosto de 2011

YO ME OCUPO DEL PRESENTE, DEL FUTURO QUE SE OCUPE DIÓS

Todos tenemos días malos por mil razones. La mayoría de las veces las preocupaciones que nos envuelven en ese nubarrón denso que nos tensa la espalda, nos deja sin energía o nos produce migraña, por decir algo, poco o nada tiene que ver con nosotros. Me refiero a que a menudo nos preocupamos por cosas que no están en nuestras manos resolver, problemas que en su origen no son nuestros y, al empeñarnos en quererlos solucionar, acaban creando ese nubarrón, esa fricción que nos deja agotados. Eso a mi suele sucederme a menudo y llevo tiempo intentando desactivar ese interruptor de alarma que generalmente se enciende cuando alguien de mi familia pasa apuros. Con facilidad me olvido que cada cual tiene que aprender sus lecciones, que en las cuestiones de la vida nadie puede examinarse por otro, que hacerse cargo del aprendizaje de los demás es un error que impide al ayudado y al que supuestamente ayuda crecer. Con eso no quiero decir que haya que quedarse con las manos cruzadas ante el sufrimiento de los demás. No. Me refiero a no hacer nuestros sus agobios. A saber distinguir qué ayuda y qué ahoga. Hasta qué momento es bueno colaborar y cuándo es mejor retirarse. En el fondo, toda lección que ha de aprender alguien cercano encierra también una lección para nosotros.

Ante los conflictos que atañen a la constelación familiar tengo comprobado que lo mejor es coger distancia emocional para que el torbellino de energías subterráneas no me arrastre. Cuando se enciende el interruptor de alarma, antes de actuar por impulso, sin consciencia, movidos por los mecanismos que adquirimos de pequeños, conviene contar hasta diez, incluso hasta mil si es necesario y, mientras tanto, ir distrayendo la mente. A mi me funciona como terapia de choque algo tan tonto como puede ser ponerme a limpiar, pasar la fregona hasta dejar el suelo reluciente, por poner un ejemplo, mientras voy pidiendo luz y claridad. “Yo me ocupo del presente, del futuro que se ocupe Diós” decía la madre de Facundo Cabral.

3 comentarios:

  1. Hola Mercé.
    Me ha encantado esta reflexión de hoy. Generalmente en las familias hacemos "nuestros" los dolores del otro con el único fin de ayudar, y al final yo pienso que sólo el "estar" es la mejor ayuda. En mi caso lo siento con mi madre. Yo he sido recientemente madre soltera, pero desafortunadamente también fue breve, mi hija a las dos semans de vida cogió una infección que no pudo superar. Y yo estoy aqui sin saber superar esto. Mi madre, en un cierto sentido intenta ocupar el lugar del "compañero" que no está acompañandome en este el peor momento de mi vida, y aunque se lo agradezco con toda el alma y rezo por que nunca me falte su mano, noto que sufre mas de lo que le corresponde.
    Aunque no puedo ni compararme con casi nadie que participa en este foro, pq mi tiempo con ni niña fue breve, no encuentro consuelo a mi alma ni el motivo para seguir. Pero sintiendo junto a mi la mano de mi madre el deseo de irme junto a mi hija se va desvaneciendo.
    Un gran abrazo.
    Alba

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  2. Hola Alba,

    El dolor por la muerte de un hijo es único, personal e intransferible, no importa que muriera en nuestro vientre o a las dos semanas de nacer: duele infinitamente.
    Tienes suerte de tener a tu madre y de ser consciente que en primera línea de este dolor estás tú y eres tú la que tendrá que transformarlo en amor, te lleve el tiempo que te lleve. El dolor hay que sentirlo sin agarrarse a él.
    Un abrazo para ti y para tu madre

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  3. Mercé que fuerte tu comentario, yo me siento incapaz de ayudar a nadie, porque termino llorando, en vez de darl fuerzas, y es más hago mio su problema, me ocurrió cuando al principio de fallecer mi hijo Alvaro fui a un centro de ayuda, yo me traía mis problemas y los de los demás, ayer fue mi cumpleaños y sé que mi hijo Alvaro me regalo un bonito día, aunque para mí fue otro mal día, hoy he estado colocando su estantería de muñequitos y coches de PLAYMOBIL, he llorado me he abrazado a ellos, me sigo preguntando por qué nadie me responde solo en sueños,que veo a mi hijico Alvaro feliz, siempre riendose como era él, cuanto te añoro mi amor, mi queridisimo angelito que sé que estás en el Cielo, te quiero mucho Alvaro. Un fuerte abrazo para todas las madres. Mirella

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