Cuando se atraviesa una crisis existencial inmensa como la que supone la muerte de un hijo, un hermano o cualquier otro ser al que amamos con locura nos enfrentamos a un cambio personal profundo. Cada uno de nuestros hábitos, de nuestros pensamientos, de nuestras creencias, incluso de nuestras células están ligados a este ser que ya no vemos, no oímos, no podemos abrazar… Eso provoca un dolor agudo, insoportable. Nuestros proyectos de futuro se desvanecen y debajo de nuestros pies asoma el vacío. De repente no hay camino, solo dolor. Los primeros meses yo necesité parar, llorar, sentir… Y lo he ido necesitando, en mayor o menor intensidad, muchas veces más durante estos 13 años.
El duelo supone un cambio íntimo y exige una transformación grande. El proceso es lento, casi imperceptible, como todos los movimientos del alma, y nada tiene que ver con lo externo. Por sí solo de poco sirve mudarse de casa o de país, por decir algo. La clave, lo que nos permitirá ver la luz después del túnel, reside en nuestro interior. Hay que ir atravesando capas de rencores antiguos, de angustias heredadas, de abandonos y desesperos hasta dejar al descubierto el amor y la confianza. La travesía hacia uno mismo es una aventura que produce temor, pero no hay alternativa. Lo demás nos deja atrapados en la vida de antes, en un laberinto imposible de sufrimiento. Si decidimos seguir adelante, tendremos que pasar muchos ratos con nosotros mismos en silencio, sin distracciones, curando nuestras heridas. El camino del duelo es solitario pero, si estamos atentos, aparecerán personas y situaciones que nos pueden echar una mano, como sucede en los cuentos de los príncipes que recorren bosques encantados. Si matamos al dragón, si enfrentamos nuestros miedos, podremos volver a la vida sintiendo el amor que nos une para siempre a nuestro ser querido muerto. No importa el tiempo que tardemos en conseguirlo ni las veces que caigamos en el intento. Tenemos una vida y encontrarle sentido es una buena manera de vivirla.
El duelo lo sacude todo. Los viejos cimientos, las creencias, los vínculos... Es un gran depurador del alma.
ResponderEliminarUn gran abrazo Mercé.
Un gran depurador Victoria... que nadie elige por gusto.
ResponderEliminar¿Qué tal el invierno por tu continente?
Un beso grande
A Diego solía decirle: ya que estamos aquí, vamos a asomarnos...Nosotros no hemos elegído vivir el duelo, pero ya que estamos en ello, ¿por qué no explorar y depurarnos de paso el alma? Lo hago mío,Victoria.
ResponderEliminarPedro, vamos a asomarnos los dos a las dos caras de la vida: la del dolor y la de la alegría. Y al final de nuestros días podremos decir que hemos vivido.
ResponderEliminarGracias por escribir, un abrazo grande
necesito ayuda mi hijo murió el 18 de este mes tenia 29 años y hace solo 1 mes y medio estaba bien en solo un mes se fue
ResponderEliminarHola Mercé, hola Pedro. Os he leido a ambos. En realidad he leido todo lo que podía encontrar sobre el tema. Para saber, para explorar, para entender, para aliviar. Voy camino, pasito a pasito del onceavo mes sin Omar. ¡Qué duro es esto Dios mío! Gracias a ambos y a tod@s los que han compartido la pena y el desgarro y nos transmiten que se puede seguir viviendo.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Hola Mónica,
ResponderEliminarUn abrazo grande y ten la seguridad que por difícil que sea el camimo, que lo es, al final hay luz