El 8 de junio nació mi hijo Ignasi, ahora cumpliría 28 años. Se fue a los 15. Murió de accidente y, desde el mismo instante de su partida, nuestra vida dio un vuelco. Los tres primeros meses me sentí vacía, hueca por dentro, una sensación que nunca había experimentado antes, dificilísima de explicar. Me sentía desgarrada, como si me hubiesen arrancado la vida. Ese vacío iba unido a un dolor profundo que fue cogiendo fuerza y nubló mi conciencia durante al menos dos años; yo no era yo, nada era lo de antes, me parecía estar en otra galaxia, en un planeta lejano, peligroso y desconocido. Sin embargo, durante este tiempo, de vez en cuando, la niebla daba paso a destellos de amor en estado puro, también desconocidos para mí hasta entonces. Es cierto que yo los buscaba como agua en un desierto, pero también es cierto que eran reales porque llenaban mi corazón de una alegría serena. No me refiero a nada místico o extraordinario, no, al contrario, los solían provocar pequeños hechos de la vida cotidiana en los que antes no reparaba; la calidez de unas palabras cariñosas, la sonrisa de un niño que me cruzaba por la calle, el agua del mar, al encontrarme, al girar una esquina, un rayo de luz que iluminaba un balcón con geranios… Y, sobre todo, al descubrir que el amor que me unía a Ignasi continuaba. A medida que esta certeza ha ido inundando mi alma el dolor ha ido disminuyendo hasta quedar en nada. No puedo verlo pero puedo seguir queriéndole y percibo con intensidad su cariño. Con esto, ahora, después de muchos años de vaivenes, me basta. Ignasi está en mí y su amor me acompaña. Es algo parecido a cuando estaba embarazada. Hace 28 años que vivo con el amor que siento por mi hijo. Ese sentimiento es tan fuerte que ha ido más allá de lo que llamamos muerte. Eso para mí ha sido una revelación extraordinaria, no un acto de fe, una verdadera constatación. Ahora sé que el amor lo puede todo y, sí, tengo días de nostalgia y otros me peleo con la vida y conmigo misma y a menudo me contradigo, pero sé, a ciencia cierta, que el amor lo puede todo. También sé que el amor del que hablo nace de dentro y sintoniza con el amor de fuera. Ese amor que está en todas partes y la mayoría de las veces no vemos. En los momentos malos es preciso parar, sincerarnos y buscar en silencio qué nos impide amar y, aunque cueste creer, no es la muerte de nuestros hijos, no. Son otras cosas, cada cual las suyas. Son esos miedos íntimos los que nos impiden amar.
miércoles, 25 de mayo de 2011
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Hola, mi nombre es Isabel, he seguido tu blog desde que mi hija de 12 años falleció de una grave enfermedad hace 1 año y medio, me ha servido de mucho y quiero darte las gracias por ser la artífice de palabras que me han enseñado a salir del túnel poco a poco. Mi marido ha escrito un libro "Claudia 12 años de Felicidad" Ed. Tambre, Edelvives, que trata de mostrar el dolor, la esperanza y el deseo de superación en todo el largo proceso que vivimos y aún estamos en ello. Creo que es muy bonito y que servirá a más personas en los momentos más dolorosos que la vida nos puede deparar. Solo cuesta 8€ y los beneficios obtenidos van íntegros a la Unidad de Patología Infecciosa e Inmunodeficiencias de Pediatría del Hospital Vall d'Hebron, Hospital este donde intentaron salvar su vida sin éxito y a pesar de lo cual estamos muy agradecidos.
ResponderEliminarEspero que sirva para ayudar a muchos padres y niños y que la sonrisa de mi hija siga rodeándonos por siempre.
Estimada Mercè,
ResponderEliminarTe seguimos a una distancia de más de 11 años: hace 2 años y poco que perdimos a nuestro hijo Diego. A veces, nos parece que esos retazos de luz y esperanza que se van abriendo paso entre nuestro abatimiento, son tan sólo fruto de nuestro deseo de avanzar: ilusiones; otras, en cambio, resultan irrefutables certezas que nos ratifican nuestra percepción de que es posible sobreponerse a su pérdida; con voluntad, sin necesidad de olvidar.
Al leer hoy tu entrada, nos sentimos plenamente identificados, y nos reafirma en la idea de que todo ello forma parte del proceso; de que si pacientemente persistimos, hallaremos la serenidad necesaria y el espacio adecuado donde depositar el amor que tenemos reservado para Diego.
Gracias Mercè por este precioso reguero de luminosas piedrecitas que, generosa, vas soltando para insinuar una de las posibles rutas de regreso hacia la luz.
Pedro.
Hola Isabel y Pedro, os agradezco, de corazón, vuestras palabras y compraré vuestros libros.
ResponderEliminarGracias, vuestra paciente persistencia nos da fuerza a todos.
Un abrazo grande para los dos
HOLA, SOY NATI.
ResponderEliminarGRACIAS MERCÉ POR COMPARTIR NUESTRAS ANGUSTIAS Y NUESTROS MIEDOS.
ESTO ES UN POCO EL DÍA A DÍA DE MI VIDA.
CARLOS,MI PENSAMIENTO SIEMPRE ESTÁ PUESTO EN TI. CUANDO RÍO, CUANDO LLORO. CUANDO HABLO, CUANDO CALLO. POR LA NOCHE CUANDO DUERMO, POR LA MAÑANA CUANDO DESPIERTO. CUANDO ESTOY EN COMPAÑÍA, CUANDO ESTPOY TRISTE Y SOLA.
MI GRAN PREGUNTA ES: ¿TÚ, CARLOS, ME PUEDES VER? TODO EN MÍ RONDA SOBRE ESTA PREGUNTA, Y EN QUÉ PUEDO HACER YO PARA HALLAR LA RESPUESTA.
ME GUSTARÍA QUE ALGUIEN ME CONTARA SI HA TENIDO ALGÚN ENCUENTRO CON UN SER QUERIDO FALLECIDO.